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El calzado como patrimonio

02-07-2022


El calzado como patrimonio

La marcada impronta industrial de Elche hunde sus raíces en una activa y diversificada artesanía cuya evolución, mediado ya el siglo XIX, dará como resultado el tránsito a un sector secundario moderno, proceso magistralmente explicado por el profesor (y amigo) José Antonio Miranda. A lo largo del novecientos, el calzado y componentes reunirá las principales actividades en una ciudad que, en la década de los cincuenta, según el profesor Sevilla, concentraba en ellas más de dos terceras partes del empleo. Al tratarse de una manufactura intensiva en mano de obra, el calzado atraerá a miles de inmigrantes a un municipio que en quince años (1961–1976) duplicará su población, experimentando un fuerte crecimiento urbano que el Plan General de 1962 y su revisión de 1973 intentarán ordenar.


Resulta innegable la presencia del calzado en nuestra historia reciente, la de nuestros padres y abuelos; la de tantas calles, plazas, barrios, edificios y recuerdos por los que transita nuestro presente. Porque el calzado es, indudablemente, presente; una manufactura puntera y pujante arraigada en la localidad, a la que da nombre y prestigio internacionales. Manufactura cuyo centro de referencia nacional, precisamente, se encuentra en el instituto Sixto Marco de nuestra ciudad.


Pero el calzado también es pasado y es memoria; un sector que, en Elche, resulta transversal a nuestras vidas y no solo nos proporciona el producto final -los zapatos-, sino que conforma una geografía urbana entrañable -Plaza de la Aparadora, barrio de La Zapatillera, los pisos de Ripoll- y un vocabulario y unas expresiones populares, a veces, comprensibles solo para iniciados. Por tanto, el calzado no solo es un activo económico en nuestra ciudad, sino que, a su vez, constituye un acervo cultural que nos caracteriza y nos identifica como colectivo. Coincidirán conmigo en que también somos historia del calzado, un valioso patrimonio, ya secular, forjado por todos aquellos que hicieron posible llegar hasta aquí. Una historia que, aunque continúa viva en el carácter fabril y emprendedor tan cotidiano a todos nosotros, urge conservar y transmitir.


Como toda actividad humana, la industria, en general y, la del calzado, en particular, atesora, en efecto, un rico pasado que, si bien ha sido objeto de excelentes estudios académicos, por otra parte, ha generado un patrimonio diverso cuya conservación resulta problemática y que ha corrido una suerte desigual. Y no me refiero solo a bienes tangibles, como los edificios, las máquinas, el mobiliario, el utillaje o los propios archivos de las empresas, sino también al patrimonio inmaterial -nuestro peculiar saber hacer- e, incluso, territorial, en cuanto que la expansión urbana de la segunda mitad del siglo XX se contextualiza en la pujanza vivida entonces por el sector.


Pese a que, en los últimos años, el patrimonio industrial ha producido abundante literatura científica y divulgativa (con la redacción, incluso, de un Plan Nacional a principios de la actual centuria); y se ha asomado a la legislación (con la protección específica de elementos o conjuntos que se hace en algunas leyes, como en la del Patrimonio Cultural Valenciano), su salvaguarda y, en definitiva, su protección solo será posible si la sociedad lo valora y lo hace suyo. En Elche, ya en los años ochenta surgieron voces que defendían la creación de un museo de la industria, para el que, a lo largo del tiempo, se llegaron a proponer diversas sedes, como el Molí Real o las instalaciones de l’Algeps. El recordado Sixto Marco fue el artífice de aquella reunión de empresarios celebrada en 1990 con el propósito de impulsar la puesta en marcha de un museo de estas características, en el que el calzado, obviamente, tendría un indudable protagonismo. Hubo incluso un bando del alcalde Manuel Rodríguez solicitando la colaboración ciudadana para hacerlo realidad, iniciativas que muestran el interés con el que, ya entonces, se dio a conocer la existencia de este patrimonio y la necesidad de protegerlo, temas de los que también se hicieron eco unos medios de comunicación que, de manera intermitente, han plasmado esta cuestión. En los últimos años, desde la UMH y, en concreto, desde la Cátedra del Calzado San Crispín, se ha venido trabajando en la creación de este museo, proyecto que se ha puesto sobre la mesa en reiteradas ocasiones y que también se ha tratado en la Comisión Mixta con el Ayuntamiento, con el que el rector de la Universidad siempre ha mostrado al alcalde de nuestra ciudad su total predisposición a colaborar en la puesta en marcha de una iniciativa como esta, de tanta relevancia para la ciudad.


En este punto también hay que mencionar la actividad desarrollada por el Museo Escolar de Puçol, centro que, desde sus inicios, ha ido conservando la memoria de la industria ilicitana y, por ende, divulgando su importancia y abogando por la protección de su patrimonio. Entre el fondo científico-técnico del museo sobresale el sector del calzado, con decenas de máquinas, herramientas, accesorios o muestras, así como abundante documentación, materiales todos ellos donados por sus poseedores en un ejercicio de compromiso y de generosidad tanto con esta industria como con nuestro devenir comunitario. Muy acertadamente, ya en el primer número de El Setiet, la revista publicada en Puçol, se afirmaba que Elche merecía un museo de la industria porque tenía toda una historia con qué llenarlo, opinión que desde la Cátedra del Calzado San Crispín hacemos nuestra. Como bien decía hace unas semanas, en estas mismas páginas, el profesor Cavero, director de esta Cátedra, esa es una de las tareas que, en parte, nos competen y para la que os necesitamos a todos. 


Autor: Rafael Martínez García, director del Museo Escolar. Secretario de la Cátedra del Calzado San Crispín de la UMH de Elche.


*Este artículo fue publicado por el Diario Información el 12 de junio de 2022, en Elche INF+ LOCAL.

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